Como cantaban los Celtas Cortos, “en estos días inciertos en que vivir es
un arte”, cada vez más personas se decantan por un nacionalismo exacerbado,
justifican sus miedos y prejuicios envueltos en banderas y compiten a ver quién
es más patriota. La situación, no solo en España sino en muchos otros lugares,
es día a día más preocupante y por muy lejos que esté no deja de afectarme por
los lazos que me unen de alguna manera a todas esas regiones. Es por ello que
intente centrarme en las cosas por las que de verdad merece la pena luchar y
seguir adelante, más allá de cuestiones identitarias e ideologías políticas.
Una de estas cosas que dan sentido a mi vida y me sirve de faro es el trabajo que hago, algo que me enorgullece cada día y que me gustaría resumir en
esta entrada y así, de paso, acercaros más a mi realidad diaria aquí.
No hay un consenso claro en torno a la equivalencia de mi puesto de
trabajo, “school counselor”, con la figura del orientador educativo, pero
prácticamente las funciones son las mismas. Basicamente, mi misión principal en
la escuela es ayudar a los estudiantes a alcanzar sus metas, no solo
académicas, sino también sociales y emocionales, en colaboración tanto con los
profesores como con los padres. Para ello pongo en práctica diferentes
servicios y acciones, como sesiones individuales y grupales de asesoramiento
tanto para los alumnos como para los profesores, talleres para padres, recogida
de datos a través de observaciones y otros métodos, y también lo que le llaman
“guidance lessons”, dos clases al día con diferentes cursos hablando sobre
temas relacionados con el desarrollo socioemocional (autoestima, empatía,
manejo de las emociones, etc.) o prevención de problemas que puedan ocurrir en
el colegio (bullying, estrés antes de los exámenes, segregación, etc.). Este año
trabajo solo con estudiantes de primaria, de Year 1 a Year 6 (desde 2º ciclo de
Educación Infantil a 5º de Primaria en España), con edades comprendidas entre
los 5 y los 11 años. En cada curso hay siete u ocho clases, con una media de 25
alumnos cada una, así que os podéis imaginar que siempre hay trabajo por hacer.
Tablón de anuncios en la entrada de mi oficina |
Una parte de la oficina donde tienen lugar las sesiones |
Aunque hay días en que la cantidad de sesiones, observaciones, reuniones,
etc, puede resultar un poco estresante, me encanta lo que hago y la sensación
que tengo al llegar a casa es normalmente positiva. De momento la
administración me apoya y me motiva a seguir adelante con mis sugerencias.
Entre los profesores hay de todo, unos más proclives a recibir ayuda y otros
más reacios y conservadores, como en cualquier lado, pero en general reconocen
y valoran mi labor. Pero los más agradecidos y los que más afecto muestran son,
sin duda, los alumnos. No hay día que pase sin estudiantes saludándome y sonriendo sin cesar. Los más pequeños incluso se lanzan en tropel a abrazarme
y, como son tantos, a veces no me dejan ni andar, pero es genial. No hay
recompensa ni incentivo comparable a todo esto. Además ya empiezan a aparecer
también mensajes de padres felicitándome por ayudar a sus hijos. ¿Hacen falta
más motivos para estar orgulloso?
En resumen, sin llegar a ser del todo el lugar ideal para trabajar, este es quizás hasta el momento el primer curso en el que estoy llevando a cabo una labor enteramente centrada en mis metas. El año pasado también hacía lo mismo pero con la interferencia de tener que dar las clases de español, algo que no me disgustaba, pero me impedía concentrarme en la profesión que me gustaría ejercer hasta que me jubile, para mí, y sin desmerecer otras, una de las más necesarias en este agitado mundo en el que vivimos.
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