Inauguro este nuevo año con las
primeras crónicas de lo que ha sido una experiencia bastante placentera, pero
que me ha sabido a poco. Libano es un país que merece la pena recorrer de cabo
a rabo, especialmente para los amantes de la Historia. Pero, aparte de
vestigios de diversas civilizaciones, la cuna de los fenicios destaca por su
gastronomía y sus paisajes naturales, aunque esta vez no he podido disfrutar
mucho de ellos por el mal tiempo. Empezaré hablando de mis paseos por Beirut,
la capital, mi campamento base la mayor parte de la semana de viaje.
En una de las conversaciones que
tuve con algunas personas locales durante mi experiencia libanesa, me dijeron
que Líbano era como un estado formado por diversos países, con multitud de
contrastes a nivel religioso, social y cultural. Dichos contrastes se pueden ir
descubriendo conforme empezamos a pasear por Beirut, que me pateé de cabo a
rabo (por fin una ciudad hecha para caminar). Algunos barrios tienen un estilo
más europeo, asemejándose a algunas zonas de París, por ejemplo, mientras que en
otros se transmite más un ambiente propio de Oriente Medio.
La mayoría de los monumentos de
interés se encuentran en el distrito centro (“Downtown”), entre la icónica
plaza Nejmeh y el monumento a los mártires. Aquí destaca, sobre todo, la
majestuosa mezquita Al Omari, que en el pasado fue una catedral construida por
los cruzados. Justo al lado se encuentra la catedral maronita de San Jorge y al
frente, entre ruinas romanas, la catedral ortodoxa también dedicada a este mismo santo. En este lugar
se halla el museo de la cripta, interesante para conocer más a fondo la
historia de la ciudad.
Desde el año 1975 hasta 1990,
Líbano sufrió una devastadora guerra civil, cuyos estragos son todavía visibles
en muchos edificios de Beirut. Desde entonces, la presencia de puestos de vigilancia
con soldados rondando por varios puntos de la ciudad, en especial cerca de
edificios institucionales, es una constante. Impresiona bastante ir caminando y
toparte de repente con un carro de combate. A pesar de todo, en este momento la
situación del país es estable, aunque se recomienda evitar las zonas
fronterizas, tanto con Siria como con Israel.
Hubo un tiempo en el que Beirut
era considerado el foco principal de turismo y cultura de Oriente Medio. Pese a
los estragos de la guerra, el ambiente cultural siguió manteniéndose y hoy día
se refleja en la cantidad de eventos que tienen lugar casi a diario en sus galerías
de arte, salas de proyecciones, museos, etc. Súmale restaurantes variados, bares y vida nocturna, y ya tienes una ciudad digna para vivir por un tiempo.
Otro de los atractivos de Beirut es
la presencia del mar. Da gusto pasear por la zona de Corniche, el paseo marítimo
de la ciudad, y disfrutar de las vistas del Mediterráneo. Siguiendo hacia el
oeste se puede llegar al barrio de Raouche y visitar las Rocas de las Palomas,
al frente del acantilado. Cuenta la leyenda que fue aquí donde el héroe mitológico
griego Perseo mato a un monstruo marino para salvar a Andromeda, petrificado con
la ayuda de la cabeza de Medusa.
Por su historia, sus rincones
llenos de vida, su comida, su vida nocturna y otras razones, puedo decir que me
encantó Beirut y no descarto retornar en algún momento más de mi estancia en
Oriente Medio. Se me quedaron algunos lugares en el tintero, pero creo que los
dos días de pateo dieron para mucho. Además, desde aquí es bastante fácil
llegar a otros puntos de interés en Líbano, de los que hablaré en próximas
entradas.
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