Empiezo ya aquí la crónica del pasado viaje a Omán en el lugar donde suelen
aterrizar prácticamente todos los vuelos internacionales, que es su capital,
Muscat o Mascate, como se diría en español. La que fuera en su día colonia
portuguesa (y por unos años, hasta española) y una de los principales puertos
en las rutas comerciales entre los siglos XVI y XVII, conserva gran parte de su
esencia y legado histórico y no ha dejado que la salvaje urbanización que
caracteriza otras ciudades del golfo Pérsico tenga lugar. Esto la convierte en
una ciudad con cierto encanto y bastantes condiciones de habitabilidad pese al calor y
la humedad de los meses de verano. Desde luego, atractivos y lugares para visitar no le
faltan.
Mis primeras dos noches en Omán me alojé en un apartamento muy cercano al
principal monumento de interés en Muscat: la Gran Mezquita del Sultán Qaboos,
la más importante del país y tercera en el ranking mundial por tamaño. Su
construcción se finalizó en 2001 y fue un regalo del que hasta el momento sigue
siendo el gobernante del país (47 años lleva ya) a su pueblo. El conjunto
completo impresiona ya desde antes de entrar, al ver la enorme cúpula y sus
minaretes a lo lejos. Una vez dentro es una auténtica pasada de lugar, una
verdadera joya arquitectónica en la que se pueden pasar perfectamente un par de
horas admirando cada detalle.
Tras descalzarme como es debido, entré en el salón de oración donde destaca
una enorme lámpara de cristal de unos catorce metros de altura, lo que le da el
honor de ser la más grande del mundo. Otra joya digna de record Guiness es la
alfombra persa que recubre el suelo de la sala, que ofrece capacidad para unas
20000 personas. Avanzando hacia el fondo nos podemos encontrar un preciosamente
adornado mihrab, el lugar más sagrado del recinto, cuya decoración basada en
figuras geométricas y versos coránicos está cuidada hasta el último milímetro.
Como nota interesante sobre el Islam en Omán, decir que aquí la rama
mayoritaria no es ni la suní ni la chiita, sino la ibadí, lo que hace que este
país mantenga un posición neutral en relación a los conflictos entre otras
naciones del mundo árabe.
Todavía encandilado tras el paso por la Gran Mezquita, me fui al parque Qrum, el más transitado por los locales y el principal
pulmón verde de la ciudad. Es un bonito lugar para dar un paseo y hacer picnic,
aunque me di cuenta que algunas zonas, como el lago central, están algo dejadas
y les haría falta un repasito. Antes de encontrarme con mi amigo Arturas, bajé
andando del parque a la zona de la playa donde puede disfrutar de uno de los
atardeceres más espectaculares que he visto últimamente. Para el primer día no
había estado nada mal.
La segunda jornada en Muscat, el día de Nochebuena, la pasé enteramente en
la zona de Matrah, donde se encuentra el puerto, el zoco, el paseo marítimo de
Corniche y otros lugares de interés histórico, como algunos fuertes y museos.
Es un distrito que da para un día entero, con rincones concretos que animan a
sentarse un rato y simplemente observar, escuchar, en definitiva, sentir todo
lo que ocurre alrededor. En cuanto al zoco, es muy recomendable y se pueden
conseguir artículos interesantes más allá de los kummar (los gorros típicos que
suelen llevar los hombres aquí), siempre con el pertinente regateo por medio,
claro está.
Si uno sigue recorriendo la costa más allá del paseo de Corniche, pasando el parque Riyam, se llega a una zona destinada en su totalidad a edificios
gubernamentales, entre ellos el palacio de Al Alam, utilizado por el Sultán
para ceremonias oficiales. En sus alrededores hay algunos ministerios, un par
de fuertes a los que no se puede acceder y el Museo Nacional.
Entrada al palacio de Al Alam |
Como digo, me dio muy buena impresión Muscat y, por lo que me dijo mi
amigo, es un buen lugar para vivir más allá de los atractivos turísticos. Pero
yo lo que en realidad iba buscando eran montañas y zonas rurales, algo que
encontraría al salir de la capital, en Nizwa y sus alrededores, a los que
dedicaré la próxima entrada.
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