Tras el paso por Muscat y la salida hacia Nizwa, una población situada
entre espectaculares montañas en el interior de Omán, empezó a aparecer ese
componente de aventura tan necesario en cada viaje. Aquí me quedé durante
cuatro días donde tuvieron lugar la mayoría de anécdotas y momentos curiosos
durante mi visita a este país.
Dejé el apartamento en el que me alojé con muchas ganas de explorar y
descubrir con más luz las calles y los edificios por los que pasé cuando
llegué, ya al caer la noche. Fue muy bonito volver a disfrutar del ambiente de
pueblo, con gente que se mueve de un lado a otro en bicicleta, sin tráfico ni
molestos pitidos. Y además rodeado de unos paisajes montañosos que estaban
pidiendo a gritos una caminata por sus laderas. Pero el senderismo tendría que
esperar un día más ya que antes decidí acercarme a Bahla, a media hora de
Nizwa, famosa por su esplendido fuerte, patrimonio de la Humanidad. En el
trayecto hacia allí, me hice amigo del taxista, Ahmed, un chaval que se ofreció
a llevarme a explorar las montañas cuando estuviera libre,
proposición que no pude rechazar.
La vuelta desde Bahla a Nizwa resultó un poco más complicada porque no
pasaban taxis y es aquí donde de verdad me di cuenta de que en Omán se necesita
tirar de coche alquilado si uno quiere moverse con facilidad. Aún así, al final
encontré a un señor muy amable que iba para allá y se ofreció a llevarme. No
sería la única vez que algo así me pasara en este viaje.
Una vez en mi destino, aproveché las últimas horas de luz para darme una
vuelta por el zoco, repleto de puestos de cerámica, y el fuerte, el más antiguo
de Omán. Es un sitio precioso, en cuyo interior se conservan objetos y textos
antiguos, y desde cuya torre se divisa toda la ciudad y sus alrededores. Un
sitio muy recomendable a pesar de que la mayor parte ha sido restaurada en
repetidas ocasiones y apenas queda constancia del armazón original.
Puestos en el zoco |
Al día siguiente, salí rumbo a otra localidad cercana, esta vez Misfat al
Abryeen, una pintoresca aldea rodeada de terrazas repletas de vegetación por
donde serpentean los famosos falaj, un sistema de irrigación
tradicional, también patrimonio de la Humanidad. Este método de regadío viene
a ser lo mismo que las acequias que los árabes dejaron en la Península Ibérica
y que a su vez, tuvieron como inspiración los acueductos romanos.
Saliendo de
la aldea hay varias rutas de senderismo por las que perderse entre cañones. Yo
encontré una muy chula pero no la pude completar porque quería estar de vuelta
antes del atardecer. Resulta que solo hay dos sitios donde alojarse en Misfat,
y los dos estaban repletos, por lo que decidí caminar colina abajo hasta Al
Hamra, el pueblo vecino, a ver si allí encontraba algo. Por el camino, dos
personas que llevaban pollos, me hicieron un hueco en la cabina del conductor y
conseguí hacerme entender para que me dejaran cerca de algún hotel. Encontré un
sitio que tampoco tenía camas libres pero el dueño, muy amable también, tenía
un amigo que tenía otro amigo que acababa de abrir una especie de parador hace
dos días. Esa noche, en una casa vacía, toda para mí, me convertí en el primer
huésped de ese, espero que, futuro próspero negocio.
Había entrado ya en una dinámica de situaciones inesperadas y surrealistas,
que no puse ningún reparo a irme con Ahmed, el taxista, a recorrer las montañas
de Jebel Akhdar en un vetusto 4x4 con música árabe a todo meter. Más allá del
lugar en sí, donde destaca sobre todo la ciudad abandonada de Birkat al Mouz, fue
muy interesante conversar con mi improvisado guía, un chico con un pensamiento muy
tradicional y conservador, sobre diferentes temas sociales y culturales. Para
mí, supuso una especie de shock escuchar con qué calma me comentaba cómo su tío
se las apañaba con sus dos esposas, o cómo él veía normal que las mujeres en su
pueblo no salieran a la calle apenas y fueran prácticamente cubiertas (a
algunas no se les ven ni los ojos). Me puse a pensar en cómo los procesos de
culturización afectan a las actitudes de las personas y me imaginaba cuál
podría ser la reacción de este chico si le hablase de determinadas cuestiones
en torno a la sexualidad y los derechos sociales que en España se perciben como
legítimos y completamente aceptables. No me atreví, la verdad, a iniciar un
debate ya que, por alguna razón, sabía que iba a ser difícil hacerle entender
mi postura (y, bueno, que tampoco quería quedarme tirado en plena montaña).
Cuando uno está en la capital, es relativamente fácil llegar a cualquier
sitio o conseguir lo que sea, cosa que no siempre es posible, como me pude dar
cuenta, en zonas más rurales. Pero lo que puede significar un incordio, no deja
de ser parte de la esencia del viajar y que, quizás, sea lo que mejor y de
forma más entrañable recuerde en el futuro. Vale que, como ya dije, Omán no es
el país ideal para ir de mochilero, pero al final es posible llegar a cualquier
sitio con determinación, tranquilidad y también, por supuesto, algunos gramitos
de suerte.
Lugares espectaculares aunque con un poco más de verde... jejeje. Un abrazo!
ResponderEliminarSí!! Echaba muchos de menos sitios así. Aquí en Kuwait no ves nada más allá de autopistas, malls y desierto. Hay un parque natural al norte, pero cerrado al público. También hay una isla a la que se puede acceder pero me han dicho que tampoco es nada del otro mundo. De todos modos habrá que explorarla antes de largarme.
EliminarMi admiración por tu valentía de ir en vehículos con desconocidos, tú solo y en un país donde nadie sabe quién eres. Eres un aventurero total.
ResponderEliminarBueno, también es cierto que esto no lo haría en cualquier país, la verdad. Nunca se puede saber con certeza lo que va a pasar pero, por lo general, estos países del golfo suelen ser muy seguros. Lo único es que, como también comento, hay que tener cuidado a la hora de elegir según que temas de conversación :)
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