Uno de los dos días que me quedé
en Byblos, decidí pillarme un autobús y explorar un poco más hacia el norte,
llegando hasta la ciudad de Trípoli. Antes hice una parada corta en Batroun, otra
de las ciudades fenicias históricas en la costa libanesa, muy popular sobre
todo en verano, cuando se llena de turistas. En invierno, en cambio, es un
sitio la mar de tranquilo, en el que apenas se ve gente por las calles. Por
momentos y en determinadas zonas, me sentí como el único viandante aquel día.
A nivel monumental, los
principales puntos de interés en Batroun se hallan en torno al puerto antiguo,
destacando el muro fenicio y la catedral maronita de San Esteban. También vale
la pena, siguiendo la línea de la costa, hacer un alto en la pequeña iglesia
ortodoxa de Nuestra Señora de los Mares y contemplar el mar desde su terraza.
Como anécdota del día, tengo que contar
que me encontré un restaurante llamado “Córdoba”, ahí, con el acento en la “o”
y todo, y no pude evitar pararme para investigar un poco. Tras la decepción
inicial al ver que la carta no incluía ni salmorejo ni flamenquines, le
pregunté al camarero el por qué del nombre. Me dijo que el dueño estuvo de
viaje por mi ciudad natal y le gustó tanto que decidió bautizar su negocio con
este ilustre nombre.
Como todavía me quedaba día por
delante, tomé otro autobús más hasta llegar a Trípoli, a unos 30 kilómetros de
la frontera siria. Esta cercanía con dicha zona de conflicto puede resultar preocupante,
pero, al contrario de lo que me habían advertido, Trípoli no me pareció un
sitio inseguro. Hasta hace pocos años, la violencia de la guerra llegaba hasta
aquí mismo, y dicen que todavía hay yihadistas escondidos por aquí. Sin
embargo, los contratiempos son mínimos para los visitantes que campean por los
rincones de esta interesante ciudad.
Un buen punto para empezar la
visita a Trípoli es la ciudadela de Raymond de San Gilles, antiguo castillo
cruzado, remodelado en varios periodos posteriores por mamelucos y otomanos.
Desde aquí se observan unas extraordinarias vistas de la ciudad. Bajando hacia
el antiguo zoco, entre mezquitas y puestos de todo tipo, se pueden descubrir
varios “khan”, que podría traducirse como “posadas”, que en la antigüedad se
destinaban a un determinado gremio. Destaca, entre otros, el Khan Al Khayyatin (khan
de los sastres).
Me gustó bastante esta jornada del
viaje, quizás una de las más intensas, especialmente en Trípoli. Aquí me topé con otra
cara de este país, más cercana a mis expectativas cuando pienso en Oriente
Medio, con más ajetreo en las calles, gente que espontáneamente se acerca a
preguntarte de dónde vienes (aunque yo reconozco que pasaba como local,
totalmente), olores de especias, etc. Nada que ver con Beirut, mucho más parecida a una ciudad de Occidente.
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